
¿Hemos perdido lo común? ¿Solo nos quedan opiniones sin ninguna verdad, pareceres sueltos, likes y hates arrojados al vacío? ¿Es posible perder lo común? ¿Las plataformas terminarán por ganarles a los territorios, los chats a la conversación, las aplicaciones al amor? ¿Cuál es el rol de las instituciones de saber en tiempos de la democratización de la información? ¿Puede haber instituciones de saber si hemos perdido lo común?
Inversamente a la clausura solitaria y al monólogo, la Universidad nace en la Edad Media, motivada por un espíritu gregario, espacios donde compartir conocimientos, un “gremio” en el sentido más originario del latín gremium (regazo, refugio).
En sus orígenes, las Universidades fueron congregaciones ecuménicas de cultura nacidas de la vocación de universalizar el pensamiento y no de cristalizar el conocimiento.
Portadoras de rituales, dadoras de sentidos, defensoras de sus miembros, conciliadoras de razón y fe, las Universidades nacen como espacios de fraternidad y convivencia, mucho más que de acopio y reserva de las ciencias.
Actualmente, en la Argentina casi 1 millón de adolescentes abandonan la escuela secundaria y 12 millones mayores de 25 años quedaron fuera del sistema formal de escolarización. ¿Dónde se congrega ese millón de adolescentes? ¿Cuáles son los regazos, los refugios de esos millones de desescolarizados? ¿Puede la Universidad volver a aquella antigua voluntad de encuentro que le dio nacimiento como anfitriona de movimientos sociales, promotora de alianzas, constructora de comunidad? ¿Qué rol tiene la Universidad en la urgencia de generar sentidos comunes de pertenencia?
La propuesta de las 3C es un movimiento que intenta congregar en la capilla, en los clubes y en el colegio a los dispersos, a los que quedan fuera, a los que corren el riesgo de quedar irreversiblemente caídos. Por debajo de esta tríada, corre la convicción de que allí donde hay escucha, donde hay disciplina, donde hay rutinas, nacerán nuevas narrativas de esperanza y redención. Finalmente, estas narrativas son también aquellas en los orígenes de la educación superior: conciliar razón y fe, generar espacios de fraternidad como condición de la circulación del conocimiento.
En tiempos donde la opinión parece haber derrotado a la verdad y las redes sociales parecen haber distanciado los tejidos comunes, quizá quede comprender que lo común no es una realidad a imponer, sino una potencia a construir. La Universidad tiene aquí el rol fundamental de generar alianzas de apertura, extender el privilegio de los saberes, abrir espacios institucionales comprometidos a generar la esperanza de una sabiduría en común, con todos, para todos, por todos.
Así, en el intento de mancomunar la búsqueda formal del conocimiento y la esperanza de sentidos comunes, la Universidad debe ser extensa e intensa: llevar sus ciencias hacia afuera, pero también traer otros lenguajes hacia adentro. Siguiendo esta línea de fluencias entre instituciones científicas y movimientos sociales, se proyecta el Congreso Nacional de Educación y Deporte, en la convicción de que allí donde hay disciplinas, donde hay rutinas, donde hay actos de cultura, nacerán nuevas narrativas de esperanza y redención.
