Con la cordialidad del galán que nunca se resigna, Víctor Laplace abre la puerta de su departamento en el barrio de Retiro. Luce barba tupida y plateada, porte erguido y en su mirada combina la picardía y melancolía que remiten directamente al Don Juan que encarna por estos días en el Centro Cultural de la Cooperación. El espacio elegido para la charla con LA NACION es el living de su hogar, un verdadero mapa íntimo de su vida personal y profesional. En primera instancia aparece una biblioteca repleta de libros de cine, teatro y política, fotos familiares y algunas con sus más queridos colegas, como una en la que está junto a Norman Briski el día que Juan Domingo Perón inmortalizaría para sí el 17 de octubre. Al costado, una amplia mesa rigurosamente desordenada con papeles, anotaciones, agendas, fotos y libros, muestra que su actividad se intercala con sus momentos de descanso por una taza de desayuno vacía y un vaso de agua a medio terminar, entre otras cosas. El paisaje, mezcla de loft antiguo con estudio creativo, se completa con gemas de su historia sentimental apoyadas contra una pared -porque admite que estuvo recientemente en obra y “todo es medio un caos”-, como cuadros enmarcados de sus dos grandes amores, una foto gigante de Nélida Lobato que muestra orgulloso diciendo: “Mirá lo bella mujer que era” y otro, una pintura de Renata Schussheim, que corona con un “inmensa artista, cuánto talento”.
Entusiasmado con su inédita puesta de Don Juan, el peor de todos, Laplace admite que a sus 81 años está en uno de los mejores momentos de su vida. Y aunque glorifique la década del 60 y los primeros cinco años de los 70, reconoce vivir el aquí y ahora. “No miro hacia atrás con nostalgia. Disfruto el presente”, comenta envalentonado. “No daría una nota para conmemorar viejas épocas o amigos entrañables que hoy ya no están, sino porque cada mañana me levanto sabiendo que tengo una obra en cartel y que dos que dirigí hasta hace poquito, están buscando nuevamente salas”, reconoce.
-¿Quien vaya a ver su obra Don Juan podría decir que es un reflejo de lo que fue su vida?
-La verdad que no. En este Don Juan no pongo nada de mi pasado, ni impronta personal y muchos menos vuelvo a mi juventud para recrear algo de la obra. Me dejo llevar absolutamente por el libro. No encontraría nada mejor en mi historia que lo que escribió Enrique Papatino. Este Don Juan que hago supera a todos los que hice, pero porque el texto manda. Si vos tenés en un espectáculo, un buen texto, lo demás fluye.
-¿Cómo es este Don Juan?
-Este Don Juan resurge entre los pliegues de una memoria que no pide disculpas. Lo visita una joven (Antonella Fittipaldi), quien le irrumpe el encierro y lo arrastra hacia ella, sin quererlo, porque le va preguntando cosas. Lo obliga a repasar lo que durante años disfrazó de fábula. Entonces el personaje se resquebraja. Y de esa grieta aparece otro hombre, contradictorio, orgulloso, herido y, aun así, capaz de amar con una lucidez que llega, como todo en él, un poco tarde. Y asoma algo más, que el peso de una condena, su inteligencia obstinada, un humor que sobrevive a todo y una ternura cuidadosamente escondida. Es una versión muy bella.
¿No hay nada del libro que no le toque alguna fibra íntima y personal?
-No sé si fui un gran Don Juan, sí tuve grandes amores. Amores muy potentes, icónicos. Nélida Lobato me marcó mucho. Fueron diez años. Una relación intensísima, bellísima ella y la verdad es que la extraño (se emociona). Y Renata (Schussheim). Con ella tengo una relación extraordinaria, porque además de ser la madre de mi hijo, es la abuela de mis dos nietas, a las cuales amamos mucho. Renata es una artista inmensa. Trabajó mucho con Charly García, hizo vestuario para Julio Bocca, infinidad de obras, algunas las tengo conmigo y debo reconocer que son verdaderas joyas del arte argentino.
Laplace se levanta de su silla y continuando la charla se va a buscar sus tesoros más preciados. “Acá tengo una foto de Nélida”, dice a lo lejos. Y mientras regresa, monologuea: “La extraño porque me dolió mucho la manera en que se fue. Estaba perfecta y de golpe tuvo un cáncer al hígado. No fumaba, no tomaba alcohol, no comía grasas. Y el cáncer la fulminó y ahí me dejó. Íbamos a las cinco de la mañana a ver al padre Mario, le hacía imposición de manos. Fue muy fuerte, triste y doloroso. Lo divertido era que yo era un negrito peronista y ella una de las mujeres más bellas e imponentes de Argentina. La conocí una noche cenando en Edelweiss y ahí empezó la relación. Ella ya era Nélida Lobato y yo ni idea quien era… yo no era nadie”.
-Era parte de una camada renaciente de actores que protagonizarían las películas más importantes del cine argentino de los 70, 80 y 90…
-Formábamos parte del Nuevo Teatro, donde conocí a grandes amigos que me acompañaron a lo largo de toda mi carrera, incluso en los peores momentos como el exilio. Cuando llegué de Tandil a los 20 años conocí a Armando Tejada Gómez y a una infinidad de artistas consagrados como La Negra Sosa, Héctor Alterio y Osvaldo Soriano. Con Soriano tengo una linda anécdota, cuando estábamos en París y me preguntó si quería conocer a Julio Cortázar. Le dije que sí, obvio, y fuimos para su casa. Cuando Cortázar abrió la puerta, además de verlo enrome y alto, me encontré con dos tipos peleándose. El mismo Cortázar sin conocerme me mira y me dice: “Podés creer que este gordo pelotudo no me quiere cuidar al gato unos días que tengo que viajar a Bruselas”. Y empezaron a discutir medio en broma y medio de verdad. Yo mirándolo asombrado por haber leído todos sus libros, no podía creerlo. Fue extraordinario.
-¿Llegó de Tandil con la certeza de ser actor?
-Ya a los 14 años ya tenía veleidades de actor. Había visto la obra Una gota de miel que había hecho el grupo de teatro de Oscar Ferrigno en Tandil, y le dije a mi mamá: “Yo quiero eso”. Papá tenía una joyería, mi madre cuatro hijos, pero siempre quiso ser cantante. Escuchábamos a Gardel y cantábamos juntos, yo la primera parte y ella el final. Cuando me fui de Tandil, para mi madre fue una tragedia griega. Sabía que no tenía que darme vuelta en la estación porque si lo hacía no me venía. Sabía que mi mamá estaría detrás mío llorando. Pero seguí, si no me hubiese convertido en la estatua de sal (se emociona).
-¿Buenos Aires lo apabulló? Estamos hablando del año 1962.
-No, para nada. Me fui a una pensión en Avenida de Mayo y ahí empezó todo. A Buenos Aires vine sin nada, solo con la convicción de querer ser actor. Para mí eso era suficiente. Sabía que había una zona donde vivía gente rica, entonces me tomaba el tren y me iba a Acassuso, Martínez, La Lucila, con un disfraz de payaso que me había hecho mi novia y tocaba las puertas de las casas y me ofrecía para animar fiestas infantiles. Tenía 20 años. Otra Argentina. Y así empecé a ganar plata. Hacía dos fiestas privadas los sábados y dos el domingo y con eso me pagaba la pensión y las clases de teatro.
-¿Nunca quiso volver?
-No, nunca. Si a visitar y es uno de mis lugares en el mundo pero tuve algunos problemas de abusos en Tandil con la iglesia en el colegio que estudié que ya conté; después entendí cómo vivían los laburantes de la fábrica metalúrgica donde trabajaba yo y por eso me hice peronista. Cuando vivís determinadas situaciones, querés otra vida. Yo siempre le encontré la vuelta para contestar sobre las tragedias vividas. Personifiqué varias veces a Perón y filmé El plan divino donde descargo tanta injusticia y dolor.
-¿Qué personaje recuerda que haya sido bisagra en su carrera?
-No sé si hubo un personaje, sino diferentes trabajos que me fueron llevando. Sí tengo la certeza de que haber vivido los años 60 y 70, hasta el 75; fue la clave. Vivir de cerca el Instituto Di Tella fue maravilloso. Conocer gente como Briski, Nacha Guevara, a los Les Luthiers. Yo trabajé con ellos. Me sentía un luthier. Hacíamos Il Figlio del Pirata, una farsa a la ópera y yo cantaba: “Por detrás, por detrás entran las palomas en el palomar…” y tenía un instrumento que estaba hecho con un mate partido a la mitad. Esos trabajos te dan otra visibilidad. Previo a eso, estar en la escuela de Pedro Asquini y Alejandra Boero, fue trascendental porque de allí salimos muchos, por no decir casi todos.
-Sus ideales lo acompañaron siempre, sin embargo nunca militó en política.
-Nunca me interesó la política pero sí hice mucha política desde el teatro. Formamos un grupo con Norman Briski con el que íbamos a las villas a hacer teatro y si veíamos que había problemas por lo que estábamos haciendo, alguna goma quemábamos y nos hacíamos oír. Mostrábamos nuestra disconformidad social y política de esa forma.
-¿El exilio fue su época más dolorosa?
-Lo peor que viví en mi vida. En el 75 estaba filmando La Guerra del cerdo y pasó un pibe en bicicleta con una carta que decía, lo recuerdo patente: “Si no te vas en 48 horas, sos boleta. Firmado, la Triple A” y ahí me fui. Creo que si me hubiese ido a España me hubiese ido mejor, pero me fui a México. La pasé muy mal, estaba en pedo todos los días. Fue horrible, muy triste. Fueron los cinco peores años de mi vida. Duró hasta el 81, 82 que empezó a abrirse la cosa. María Luisa Bemberg me lleva a la Casa de Gobierno para hacer una película y estaba un milico que dijo que me faltaba un golpecito de horno para no tener problemas.
-Una película icónica de su historia fue Adiós, Roberto, hoy naíf, pero en su momento, revolucionaria.
-Para la época fue muy jugada. Ahora la ves y te morís de risa pero en esa época me agradecían por la calle. Había mucho tabú, los homosexuales eran perseguidos, considerados enfermos y ver en pantalla gigante dos hombres enamorados como Carlos Calvo y yo, era revelador. Me dio grandes satisfacciones esa película, tal vez no en ese momento pero sí con el tiempo.
-Para los que no son muy cinéfilos, usted es “el que hace de Juan Domingo Perón”.
-Juan Carlos Desanzo viene una vez y me dice, palabras textuales: “Mirá, vas a ser el mejor Perón de la historia y no rompas las pelotas. Ponete a estudiar y haceme caso en todo lo que te pida”. Era un gran director de fotografía y con Esther Goris hicimos una gran dupla en Eva Perón. Yo no lo conocí en persona a Perón, aunque me hubiese encantado. Lo vi a metros. Tengo una foto con Briski en la que estamos los dos mirándolo. Debo reconocer que no tenía en mis planes recrearlo como personaje pero fue algo que me gustó mucho hacer.
-¿Qué otras satisfacciones le dio la profesión?
-Muchas. Conocer a personalidades importantísimas de la cultura argentina. Que me dirija Leopoldo Torre Nilsson, Lucas Demare, trabajar con Luis Sandrini. Haber tenido amigos como Federico Luppi, Hugo Arana, Pepe Soriano. Ana María Picchio es una de mis más grandes amigas en la actualidad. Brandoni, muy amigo, colega y vecino. Conocer a Vittorio Gassman cuando vino a la Argentina y una vez que nos encontramos en una jornada con Juan Pablo II donde leí poemas. Un encuentro con el Papa Francisco que fue muy emotivo. Le llevé dos películas, Puerta de Hierro, el exilio de Perón y Angelelli, la palabra viva, film que dirigí junto a Fernando Spiner sobre la muerte de Monseñor Enrique Angelelli.
-Su hijo Damián tiene dos hijas, ¿disfruta de su faceta de abuelo?
-Mis nietas Aurora y Camelia me tienen muerto de amor. Me río mucho con ellas, las disfruto mucho. Salimos juntos, vamos con Renata a cenar y nos cuentan sus cosas, dibujan, juegan. Ahora Aurora me hizo un dibujito por el Don Juan que estoy haciendo y con siete años, dibuja como abuela.
-¿Laplace está retirado del amor igual que su Don Juan?
-Estoy retirado. Te mentiría si te dijera que no tengo posibilidades pero la verdad es que las dejo pasar. Ha pasado que vengan mujeres a buscarme al teatro con algún regalito, pero no. fracaso total. Ya no tengo la energía para una relación amorosa. Sí tengo muy buena relación con el público. Me quiere mucho, pero ya no estoy para el amor. Estoy bien solo, con el amor de mi familia.
-Cómo es un día en su vida?
-Me levanto todos los días a las siete y media de la mañana, hago una hora de yoga y después desayuno. Hago bicicleta fija, tenis, leo mucho, escucho música. Ahora mi hijo me regaló una radio con la que escucho las radios de todas partes del mundo y pongo programas de música clásica. Estudio las letras de las obras que hago. Y soy muy cuidadoso con la alimentación. No fumo, en realidad nunca fumé y dejé atrás todo lo que consumí durante el exilio. Ahora con mis 81 años, puedo decir que estoy en un momento de mucha plenitud. Incluso física.
-Siendo de una generación donde la masculinidad iba de la mano del cigarrillo, raro que nunca haya fumado.
-Nunca fumé. Jamás. Una vez me tocó hacer una publicidad con un director que me terminó odiando, porque pensaba que yo fumaba. Estábamos en una esquina de Avenida Libertador con Óscar Martínez y Ricardo Darín. La secuencia era un travelling y yo tenía que decir: “Podemos discutir de política, de amor… pero como Le Mans no hay”. Todo elegante y con el cigarrillo en la mano, pero claro, lo agarraba mal y fumaba peor. Viene el director, me agarra del cuello y me dice: “Si no sabés fumar por qué no te vas”. Yo tenía un amigo abogado que me había dicho “nunca te vayas del lugar de trabajo, que te echen”. Y no me moví de ahí hasta que me echaron. Por esa publicidad que no hice gané 70 mil dólares. Nunca gané esa cantidad de dinero en mi vida. Viste que no fumar hace bien (se ríe).
Don Juan, el peor de todos. Funciones: domingos a las 19.30. Sala: Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini, Corrientes 1543.