Vivió en una isla idílica, en EE.UU. y en España, y cuenta por qué volvió: “No hay argentino que no sueñe con regresar”

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Un atardecer, Martín y Sonia estaban parados en una playa solitaria de la isla Cozumel admirando las aguas del Caribe, cuando se miraron a los ojos y se preguntaron: ¿Qué estamos haciendo los dos solos aquí, colmados cada día de estas emociones a flor de piel, con ese nudo constante de sabernos lejos, muy lejos?

Dieciséis años habían pasado desde la primera despedida. Dieciséis años con las imágenes de Argentina y de la añorada Mar del Plata siempre guardadas en la retina. Dieciséis años de derrotero, donde la ilusión, el sentido y la supervivencia convivieron en una danza inolvidable. `Volvamos a casa´.

Y así comenzó el regreso.

Una noche eterna y un regalo: “¡Dale para adelante!”

La decisión de Martín Guglielminetti de dejar Argentina fue repentina, aunque comenzó a entretejerse años antes. Todo comenzó en 1990, cuando tras pedir plata prestada a su entorno y apostar fuerte por el país con un emprendimiento que duró más de una década, lo único que conquistó fue devolver el dinero prestado: “La empresa se vino a pique como el país en ese momento”, rememora.

Sin trabajo, Martín comenzó a golpear las puertas de todos aquellos que él consideraba que podían tenderle una mano, pero ninguna se abrió. Hoy, con el diario del lunes, agradece las negativas, pero en aquel momento la angustia y el sinsentido lo sumergieron en una larga noche.

Todo cambió cierto día gracias a una revista de deportes al aire libre que le había regalado Sonia, su esposa y compañera de vida. Mientras daba vuelta las páginas, una en particular le llamó la atención: “Una hermosa foto subacuática de las caribeñas Islas Vírgenes, acompañada por una entrevista a un argentino dueño de una operadora de buceo”, relata Martín.

“Le dije: esto es lo que alguna vez desearía hacer, dedicarme profesionalmente al buceo. Se lo dije como quien lanza un deseo al universo para que en ésta o en las próximas vidas se haga realidad”, continúa el hombre nacido en el barrio porteño de Caballito, quien jamás imaginó la respuesta de su amor: `Si ese es tu sueño, dale para adelante´.

Martín quedó perplejo, ¿con qué dinero? Aparte, debía tomar cursos y especializarse. Sin contar con que debía procurar su pasaporte, el pasaje aéreo, la vivienda. Pero Sonia, con su habitual serenidad, le respondió: `Tenemos sobre cuatro ruedas lo suficiente para comenzar, tu entusiasmo, tu pasión por el buceo y la náutica harán el resto, ¡dale para adelante!´

Sin saberlo en el momento, Sonia le acababa de extender a Martín algo precioso que solo el amor más profundo sabe brindar: alas.

Antes de certificarse, en 1984, Martín hizo su bautismo de buceo en Mar del Plata.

El adiós y la carta en el avión: “Una suma millonaria para ella… “

Martín jamás se olvidará del día en que se despidió de Sonia. Era el 14 de agosto de 2001 y desde que el ómnibus se puso en movimiento hacia la Ruta Nacional 2, hasta su llegada a la capital, no pudo dejar de pensar en su brazo saludándolo en un gesto romántico de adiós: “Fue muy duro, ella se quedaba en Mar del Plata y yo me iba para trazar el camino. Aún hoy se me llenan los ojos de lágrimas cuando visualizo aquel momento”, asegura Martín.

En aquel viaje hacia la incertidumbre llevaba dos tesoros: una carta de su hermana, Soledad, y el certificado de capacitación como instructor de buceo, que había conquistado tras mucha exigencia, con muchísimas prácticas en aguas del Delta del Paraná y en pileta, lo que le tomó gran parte de sus horas y lo privó de tiempo compartido con sus seres queridos durante aquellos últimos meses.

La carta de su hermana la había recibido con el pedido de que la abriese cuando ya estuviera en el avión. Martín esperó al momento de la cena para abrir el sobre: “Fue emocionante, una vez más mis ojos inundados, mi hermana menor me escribía una hermosísima carta y allí dentro del sobre, junto a la carta, una suma millonaria para ella por su muy corta edad; sus ahorros, veinticinco dólares por si en algún momento me hacían falta, dólares que ni en las peores tempestades se me cruzó utilizar y que hoy lucen enmarcados junto a una foto de los dos”, cuenta conmovido.

La llegada al paraíso, las llamadas de medianoche y una señal: “Mi sueño había comenzado”

Aterrizó en Cancún con los dientes apretados, con la sensación de que le tocaría abrirse camino en la jungla. Llegó a Cozumel, una isla con 57 km de sur a norte y 17 km de este a oeste, y se dirigió a la plaza central en busca de un auto para alquilar, con su equipo de buceo en un bolso, su ropa en el otro y una mochila inmensa cargada ante todo de sueños.

Las dos cuadras bastaron para que advirtiera a qué se enfrentaba, la transpiración cubría su frente y cuerpo, y el sol, despiadado, junto a la humedad del Caribe, derritieron su cerebro: “Pero pese a esto y a no encontrar una vivienda que me conformara, no tenía espacio para permitirle a mis emociones que ganarán la batalla”, asegura al recordar aquellos comienzos.

Se hospedó en un hotel modesto y de inmediato se lanzó a encontrar trabajo. Cada noche, caminaba hasta el locutorio para hablar con Sonia, y fue tras una conversación con su mujer, que al regresar a la 1:30 de la madrugada al departamento, pasó frente a una tienda de buceo desde donde un hombre lo saludó con simpatía.

“Seguí caminando, a los pocos metros me detuve y regresé, lo interpreté como una clara señal. Pensé en el momento que interrumpirlo era muy inapropiado debido a la hora, pero había que arriesgar, resultó una persona muy amable, fue así que al rato salí de la tienda de buceo con la tarjeta de los dueños de la operadora. Al día siguiente mi sueño de vivir y trabajar profesionalmente en el buceo había comenzado, sin dudarlo, la primera en saberlo fue ella, mi compañera, que allí a la distancia seguía minuto a minuto mi derrotero”.

La ilusión se derrumba y los impactos culturales: “Desde la calle la gente veía perfectamente lo que pasaba en el interior”

Con la esperanza de un buen porvenir, Martín cambió la vivienda modesta por un departamento a tres cuadras del mar. Pero toda la ilusión se derrumbó cuando supo que solo lo harían trabajar por las propinas, en especial porque era nuevo y no conocía los sitios de buceo.

Aun así, conocer los arrecifes fue un sueño hecho realidad, en aquellos días donde ganar dinero se volvió un desafío, al igual que pagar la renta. Pero por más que el dinero apremiara, a Martín ninguna tempestad le impidió que guardase como un tesoro su primer dinero ganado en el buceo profesional.

Mientras tanto, acostumbrarse a la isla fue otro reto: “Me impactó que había tres pequeños supermercados para setenta mil habitantes y ninguno de los tres se esmeraba mucho en su orden y estética de su infraestructura”, cuenta Martín.

“Por otro lado, las construcciones caribeñas daban poco resguardo. Desde la calle la gente veía perfectamente lo que pasaba en el interior de dichas casas, al lado de cantinas típicas del lugar con la música a volúmenes altísimos y las mujeres apostadas afuera para `rescatar´ parte del sueldo del marido que estaba adentro con sus amigos”.

“También me resultó muy llamativo los preparativos de meses para el carnaval que dura una semana”, agrega. “Destaco la tranquilidad de caminar por cualquier lugar de la isla a toda hora sin mirar para atrás, ir a un cajero automático en la madrugada”.

Martín en Cozumel.

Tras la caza del sueño americano, una nueva esperanza y un revés devastador: “Como un martillazo sobre un yunque”

A Martín Cozumel no le gustaba, no se podía adaptar y su vínculo con Sonia -que tenía su trabajo en Argentina- seguía siendo a la distancia. Entonces recordó a Gustavo, un hombre que había conocido en Mar del Plata y que lo había invitado a hacer una experiencia en Estados Unidos, un lugar que le atraía para especializarse como buzo comercial.

Martín comenzó a fantasear con el sueño americano y hacer la diferencia para un mejor porvenir junto a Sonia. Sin más, armó su equipaje y voló hacia Estados Unidos, donde Gustavo lo aguardaba en el aeropuerto para continuar viaje a la localidad de Bonita Springs, sobre el golfo de México en la costa oeste de la península de Florida.

“Cuando me instalé en su hermoso departamento, Gustavo, sabiendo que solo tenía en mi bolsillo cien dólares, con retórica me dijo, ¡aquí te quedas a vivir cómodo y despreocupado de todo y durante el tiempo que necesites! Suspiré emocionado”, rememora Martín.

Martín soñaba con especializarse en Estados Unidos.

Escribió a las dos escuelas más importantes de Buceo Comercial en Estados Unidos, una en California y la otra en Houston, Texas. Su castillo se derrumbó cuando supo que dos años de carrera en cualquiera de las dos instituciones ascendía a la suma de 25 mil dólares. La salida laboral era inmediata, pero el costo le quedaba demasiado grande, por lo que agachó la cabeza y buscó trabajo en los muelles para limpiar los cascos de los barcos.

“También me dirigí a las operadoras de buceo en Miami, pero el atentado de las Torres Gemelas, pocos días antes, había puesto de patas al país, nadie quería darme lugar, todos éramos sospechosos. Finalmente trabajé de pintor”, revela Martín. “Al cabo de tres meses viajé a Argentina a buscar a mi compañera para volver a ¡por fin! construir un futuro esperanzador. El plan era hacer una diferencia en Estados Unidos, pero cuando intentamos regresar, Argentina había perdido la visa waiver y había que tramitar la visa en la embajada. Al realizar el trámite el sello de `denegada´ sonó como un martillazo sobre un yunque y quedamos con los dos pasajes en mano y una pregunta flotando en el aire: ¿y ahora?”.

Hacia el Viejo Mundo, una propuesta y el no de un compatriota

Con el sello de denegado, para Martín, la única solución era volver a Cozumel, esta vez con Sonia. Con ayuda de sus padres volaron en enero de 2002 y, al poco tiempo, él se sumergió con los turistas en los arrecifes y Sonia, gracias a su consolidada trayectoria, comenzó a dictar clases de Historia en la Universidad de Quintana Roo, allí en la isla, que para entonces había mejorado su infraestructura.

En cada ocasión en la que Martín llevaba a españoles al fondo del mar, estos le contaban las maravillas de sus aguas ibéricas: “Poco a poco me fui entusiasmando con la idea de ir a vivir allí. Cozumel no terminaba de convencerme así que la torturaba a Sonia con la idea de mudarnos a España. Llegaron los huracanes y la maquinaria del turismo se detuvo por completo y entonces ella aceptó zarpar rumbo al Viejo Mundo. Su condición, y como lo habíamos hecho siempre, ella se instalaba en Argentina y yo habría camino allí, es más fácil moverse uno solo que ir de a dos, el gasto de dinero es radicalmente diferente”.

La esperanza de un nuevo comienzo en Europa.

Ya en España, el plan era ir a las Islas Canarias, pero se le ocurrió enviar su currículum a las tres empresas más grandes de buceo y de inmediato lo citaron para una pronta entrevista. Un sábado, Martín ingresó al local y salió con un contrato de trabajo en la mano. Solo había un problema, la propuesta era como especialista en equipos de buceo en Madrid, y él sabía que Sonia, como pura sangre marplatense, no deseaba instalarse en una ciudad solo de cemento y asfalto: “Le pedí al dueño de la tienda que si podía ser en la sucursal de Valencia. A las pocas horas, me llamó anunciándome que me contrataba para Valencia, todo estaba saliendo de forma excelente”, relata.

Pero lo suyo eran las piedras en el camino, al día siguiente, cuando fue al consulado argentino para hacer efectivo su contrato, un compatriota declaró un rotundo `no´: “Me dijo que para Madrid, Barcelona y Valencia, hacer efectivo el contrato demoraba un año, diferente si hubiese sido nieto de españoles por parte de mi padre. Hoy ya es diferente”.

Martín y Sonia

Una verdad incómoda y una decisión inesperada: “El primer mundo resultó ser una falacia”

Martín se hospedó en Galicia durante siete meses hasta que, tras algunos artilugios, le permitieron empezar a trabajar. Tuvo que regresar a Argentina para finalizar autorizaciones y, al regresar, la tienda que le había hecho contrato ya no tenía vacante.

“Contacté a la empresa más grande de buceo, que en su momento me habían dicho que cuando tuviese mis papeles en regla, los podía llamar y así lo hice, a los pocos días me instalaba en un cuarto de tres por dos prefabricado, en el living del departamento de un peruano”, continúa Martín, quien finalmente fue contratado como subencargado de una importante compañía de buceo, con un contrato por 40 horas semanales, pero que en realidad eran 65.

“Pasaron los meses hasta que Sonia pudo venir a instalarse. Cuando llegó la verdad salió a la luz ¡Quiero volver a Cozumel!, le dije. ¡De golpe tenía frente a mí a una antorcha con forma de mujer que emitía destellos de locura y estrellitas de fuegos artificiales en todas direcciones!”, rememora con una sonrisa.

El no de Sonia fue claro. De inmediato, la mujer argentina comenzó su búsqueda laboral con su abultadísimo currículum bajo el brazo. La sobrecualificación no fue bienvenida y tuvo que cortar su CV a la mitad, hasta que lo redujo a una hoja donde prácticamente apenas sí parecía que sabía leer y escribir.

“Recién allí consiguió empleo en una empresa que distribuía películas de la Paramount, Sony y demás”, cuenta Martín. “Fue un durísimo golpe para ella, de ser profesora en la universidad y conferencista en Cuba, a eso. Resistimos dos años, `el primer mundo´ resultó ser una falacia y la xenofobia en Madrid es importante, no así en Galicia, quienes tienen un gran agradecimiento a la Argentina. Tras repensar el futuro cercano decidimos regresar al Nuevo Mundo, allí donde solo te preguntan si tenés ganas de trabajar, allí donde todo es un mar de oportunidades: Cozumel”.

El atardecer del pacto, el regreso y un recuerdo de la infancia: “Bitácora de un sueño”

En Cozumel construyeron una casa en la selva, Sonia y Martín vivían en un mundo ideal, en su burbuja a 10 kilómetros del centro y a 7 km de la playa. Él entraba al mar y luego se iba a la selva. Todo parecía idílico, pero algo faltaba: la familia, los amigos de la vida; la burbuja se había vuelto demasiado aislada y no tenían una vida social que los contuviera.

Entonces llegó aquel atardecer donde firmaron el regreso y no hubo vuelta atrás: “Nuestros padres ya estaban grandes, queríamos disfrutarlos el tiempo que sea posible, lamentablemente no hay forma de recuperar el tiempo transcurrido. Todo había avanzado en dieciséis años y uno debía aceptarlo. Aquí debo aclarar que Sonia jamás se hubiese ido lejos de su amada familia ni de su Mar del Plata natal si no fuera por acompañarme en mi sueño, ni en esta y ni en las próximas vidas, le estaré lo suficientemente agradecido y eternamente en deuda”.

En 2017 La Feliz los recibió con los brazos abiertos, y con los recuerdos recientes y pasados a flor de piel. Martín, que desde el comienzo de su aventura había plasmado sus andanzas a modo de bitácora de viaje, rememoró su infancia, una signada por problemas de conducta escolar. Pero había dos profesoras que él amaba: Lidia Winograd de literatura y Palmira Coto de Física: “Palmira nos llevaba al laboratorio y allí hacía todo tipo de experimentos para demostrarnos cómo actúa en todo nuestro mundo, algo que fue crucial en mi profesión como divemaster e instructor porque el buceo es todo física y fisiología; y Lidia, me hizo amar la literatura, yo las admiraba de tal manera que estaba fascinado con sus materias”, cuenta.

Café con Lidia.

Cierto día, Martín repasó estos recuerdos con su hermana, Claudia, quien al día siguiente le coordinó un encuentro memorable: un café con Sonia, Claudia, él… y su querida profesora, Lidia, quien lo ayudó en la travesía de publicar su libro, Bitácora de un sueño (editorial Pacto de Lectura), una historia que, en palabras de Martín, intenta alentar al lector a ir por sus sueños sin importar la edad o cuán inverosímiles estos sean.

“Es mi legado, es mi hijo natural. A través del libro, relato nuestras experiencias, doy una visión sobre lo que es vivir en el exterior y la grandeza de nuestra patria”, dice Martín, quien presentó el libro ante 228 invitados, con un tema de apertura interpretado por Mario Siperman , tecladista de Los Fabulosos Cadillacs, cuya canción fue creada por él especialmente para la ocasión. Se titula Océanos y está presente en Spotify.

Martín, presentó el libro ante 228 invitados, con un tema de apertura interpretado por Mario Siperman , tecladista de Los Fabulosos Cadillacs,

La deuda eterna y la grandeza de Argentina: “Ese hermoso y perfumado aire fresco que huele a campo cuando uno desembarca en el aeropuerto de Ezeiza”

Hoy, Martín y Sonia miran otro atardecer y ya no sienten un nudo en la garganta, Mar del Plata les devuelve una brisa con aroma a hogar. Sin embargo, el hombre que alguna vez fantaseó con una imagen del Caribe, no se arrepiente de sus pasos, sabe que haber ido tras sus sueños es lo que en su presente le regala su paz.

Mientras tanto, ya no entra al agua para guiar turistas por el arrecife o enseñarles a bucear a aspirantes a buzo, pero sigue en el buceo. Poseedor de las certificaciones como técnico especialista de todas las marcas de reguladores, instaló un laboratorio especializado en la ciudad de Mar del Plata, y le brinda servicio a buzos de todo el país y en el extranjero.

“Hoy siento que he sido bendecido, después de atravesar tempestades y vagar por mares a veces calmos y muchas veces embravecidos”, dice emocionado. “Aún tengo el privilegio de pasar mis días y mis noches junto a Sonia. Ella ha dejado de lado sus sueños para que yo fuera detrás de los míos, allí en la profundidad del mar”.

Martín ya no entra al agua para guiar turistas por el arrecife o enseñarle a bucear a aspirantes a buzo, pero sigue en el mundo buceo.

“He aprendido que cada éxito y cada traspié en el camino tienen su clarísimo propósito. Cada vez que algo parecía estar saliendo mal, fue para que luego todo sea para mejor. He aprendido a ir despacio y disfrutar cada pequeño momento. Hemos vivido dieciséis años en el exterior y nuestra mudanza se redujo a un puñado de cajas, nada más”.

“Siento que aprendí a no tener miedo del camino por estar sin trabajo, siento que el éxito está allí en donde están los sueños que cada uno abriga en el corazón. Mi frase favorita: El hombre propone y Dios dispone”.

“Estoy en deuda con Sonia, siempre lo estaré, desearía poder cumplir todos sus sueños”, continúa conmovido. “Hoy escucho a muchos jóvenes querer irse del país, querer ir al `primer mundo´, considero que nadie hace experiencia en cabeza ajena y que la característica de los argentinos es pensar que el pasto más verde crece en el terreno del vecino, hasta que uno llega al jardín del vecino y comienza a intentar hacerse un lugar en ese verde jardín donde siempre será un extranjero, por más papeles legales que uno tenga. No hay argentino que me haya cruzado en tan largo derrotero que no sueñe en algún momento con regresar”.

“Aún tengo el privilegio de pasar mis días y mis noches junto a Sonia. Ella ha dejado de lado sus sueños para que yo fuera detrás de los míos, allí en la profundidad del mar”.

“Argentina es muy muy especial para bien y para mí es el mejor país del mundo porque en él está mi familia, mis amigos, mis afectos, mi historia, y ese hermoso y perfumado aire fresco que huele a campo cuando uno desembarca en el aeropuerto de Ezeiza después de dieciséis años de vivir en el extranjero”, concluye.

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