Volvió al hogar de niños donde creció pero para ser la maestra de chicos vulnerables: “Yo fui como ellos”

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Se llama Margarita Inés Deheza, pero la conocen cariñosamente como “Seño Inés”. Cuando era chiquita, sus padres no podían cuidarla ni educarla. Como ella misma recuerda, no solo eran muy pobres, sino que además su papá tenía problemas de consumo de alcohol y su mamá era una adolescente algo frágil. Por eso la enviaron como pupila al Hogar Escuela Carmen Puch de Güemes, en la ciudad de Salta. Allí, las maestras le dieron amor y educación, y fueron una referencia para que ella quisiera convertirse en docente. Años después, la Seño Inés volvió al hogar pero ahora como maestra, con la idea de retribuir todo lo recibido.

“Pude salir de la pobreza y el sufrimiento gracias a mis maestras, que en sus clases me inculcaron que yo podía tener una vida mejor. Los fines de semana, cuando debía irme con mi familia pero nadie me venía a buscar, ellas me llevaban a sus casas. Así disfruté de pequeños actos de amor que no conocía: tomar leche con chocolate, ver la tele, viajar en auto, ir al cine o el circo y jugar con otros niños”, cuenta Inés, que a sus 58 años conversa por teléfono con LA NACION.

“Y fue a partir de ahí que empecé a soñar, cobijándome en los cuidados y los consejos amorosos de las maestras. Son tristes las cosas que deben pasar los niños sin saber ni entender por qué. Pero es un gran desafío en este juego que se llama vida”, agrega.

“Solo fui feliz en la escuela”

Cuando Inés nació, su papá, Víctor, tenía 36 años. Había sido empleado en una empresa, pero por culpa de su adicción terminó en situación de calle hasta su muerte, hace 16 años. “Mi mamá tenía apenas 18, salía mucho y no volvía para cuidarnos ni a mí, ni a mi hermana Amanda (es 11 meses menor y fue al hogar hasta cuarto grado) ni a mi hermanito Víctor Manuel (es dos años menor y fue a otra escuela). Mis papás se separaron a mis 10 años”, cuenta.

“Mi mamá se llama María Teresa y no fue nunca a visitarme o a buscarme. Papá, aunque tenía problemas de consumo, algunos viernes nos esperaba en la puerta y los lunes nos llevaba de vuelta, después de desayunar. Por eso mi niñez solo fue feliz dentro de la escuela. Y cuando estaba en casa, ya desde los 8 años buscaba trabajo en lo de mis vecinos: tocaba puerta por puerta y limpiaba las hojas de las plantas o barría a cambio de una bolsita de galletas o un poco de plata para comprar pan y té”, relata desde su casa, donde vive junto a su segundo marido y una sobrina nieta de 6 años que tiene autismo y retraso madurativo, y a quien cuida desde hace 4 años porque sus padres tienen problemas de consumo.

Inés prefiere olvidar su etapa de escuela secundaria, cuando dejó de sentir la contención que le brindaban en el hogar y se sintió completamente sola por primera vez en su vida. Llegó a su primer día de clases con un delantal heredado, amarillo, y con zapatos con taco de una vecina. “Estaba disfrazada, ridícula”, cuenta tímidamente. Entonces no solo se dio cuenta de la diferencia que había entre ella y los otros alumnos, que eran de clase media, sino que también le costó mucho recibirse, porque sufrió abusos, quedó embarazada y tuvo a su hija Cintia a los 16 años.

“Cuando le conté a mi mamá que estaba embarazada, ella presentó un certificado de enfermedad en mi escuela y me encerró en su casa para que nadie se enterara. Hoy mi hija tiene 41 años y nos llevamos bien. Al año siguiente volví a la escuela y pedí repetir el tercer año, porque yo quería estudiar y aprender. Una compañera, Romina Chávez Díaz, que hoy es docente, escritora y mi mejor amiga, me cobijó en su casa. Justo antes de egresar quedé embarazada de un compañero, que se convirtió en mi primer marido. Con él tuve a Lucio, Cristian y Yanina”, dice y se emociona al pensar en sus hijos, que están casados y ya le dieron ocho nietos de entre 8 y 22 años.

Aún con esa realidad de mamá joven, Inés se organizó para terminar el secundario, estudiar dactilografía y más adelante pudo entrar en el Instituto de Formación Docente N°601 General Manuel Belgrano, donde se recibió de maestra. Se convirtió en la única profesional de la familia.

Con su flamante título, al comienzo prefirió trabajar en una compañía de seguros cercana, para cuidar mejor a sus tres hijos menores, que vivían con ella. Sin embargo, la vocación fue más fuerte y empezó a ejercer la docencia en lo que ella llama “zona inhóspita, con familias aborígenes”. Eso fue hasta hace 10 años, cuando consiguió su titularidad donde siempre había soñado: en su querido Hogar Escuela.

El regreso al Hogar Escuela

En el magnífico edificio pintado de blanco, con techo de tejas españolas y carpinterías de madera pintadas de verde, ubicado en el corazón de la ciudad de Salta, funciona desde 1952 el Hogar Escuela Carmen Puch de Güemes, que es público y gratuito y depende del gobierno provincial. Declarado Monumento Histórico Nacional hace una década, alberga a unos 800 niños vulnerables, es decir de bajos recursos, sin padre o madre, o con medidas de abrigo judicial por sufrir violencia en sus casas. De esos niños, algunos son internos (viven allí de lunes a viernes) y otros, medio pupilos (entran a la mañana 7.30 y se van a las 18).

Inés volvió al Hogar Escuela para brindar amor y educación a esos niños, del mismo modo que los recibió ella. “Veo a los niños y me veo a mí hace cinco décadas. Cuando llegan con caritas asustadas o tristes, salen cansados del dormitorio, aprenden letras y números en las aulas o juegan felices en los recreos, me veo en cada uno de ellos. Me preocupan los que tienen problemas y se portan mal, porque me siento identificada. Siento que los entiendo mucho más que otras personas, porque fui una de ellos”, cuenta con mucha emoción quien actualmente se desempeña como maestra de tercer grado del turno mañana.

“Pero sobre todo, quiero acompañarlos para que puedan ir a la escuela secundaria con confianza en sus capacidades en lugar de salir a la calle, así pueden convertirse en profesionales. Quiero darles mucho apoyo para que no les pase como a mí, que cuando egresé del hogar sentí que quedé huérfana y sin cobijo. Me dolía el alma”, asegura.

Aunque sus recuerdos son tristes, ella los comparte con una sonrisa. Y siempre viste con tonos alegres, a conciencia, porque hoy su historia es completamente diferente a la que pudo haber sido. Inés comparte con LA NACION imágenes con los chicos del hogar, sus alumnos de tercer grado. Y conmueve por última vez cuando apunta: “Mis padres nunca me sacaron una foto”.

Más información

  • Hogar Escuela Carmen Puch de Güemes: Pasaje Chiclana sin número esquina Hipólito Yrigoyen (frente a la terminal de Salta capital), teléfono 3874213953.
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