La lista de fechas de Rata Blanca en 2025 que llega en la información de prensa no entra en una sola pantalla: empieza en Ecuador allá por marzo, incluye mini recorrida por Argentina, sigue con varios shows en España, hay Perú, Colombia, Chile… ¡Dallas! ¡Nueva York! Ahí hay que scrollear para abajo y vienen muchas más: Honduras, El Salvador, Costa Rica, etcétera. Y cerca del final, una presentación que sobresale por hacerlos jugar de locales y por el número de la convocatoria: la de este 19 de noviembre en el Movistar Arena porteño. “El tema es que hace diez años que venimos haciendo eso, je. Es un estilo de vida”, dice desde Guatemala Walter Giardino, guitarrista y voz de mando de este grupo que -aunque a veces no trascienda la noticia- toca, toca y sigue tocando.
Todo esto para homenajear a sus fans y a sí mismos por un aniversario especial: los 35 años de Magos, espadas y rosas (1990), ese segundo disco suyo que, por un lado, los terminó de instalar como referentes del metal en la Argentina y Sudamérica y, por otro, los hizo conocidos fuera de ese mismo nicho musical, gracias a hitazos como “La leyenda del hada y el mago” y -sobre todo- la balada “Mujer amante”. Así, entre el éxito masivo y cierto desdén de los puristas más intransigentes, Rata Blanca saca pecho ante el paso del tiempo y tiene en Giardino un líder que -asegura- no deja de aprender.
–La excusa para esta gira y para el show del Movistar Arena son los 35 años de Magos, espadas y rosas, un disco que fue tan grande que pasó por arriba cualquier división de géneros musicales. ¿Qué pasó ahí, qué encontraron para que se desatara semejante fenómeno?
–No te lo puedo explicar, porque si no lo repetiríamos en cada disco [risas]. Pero son momentos, un estado de gracia. Es el momento de desarrollo y la energía general de la banda, y el destino también. Porque salíamos de un disco muy bueno y muy exitoso, en donde nos habíamos quedado sin cantante, y lo que venía era seguir o el abismo, porque no estaba claro lo que iba a pasar.
–No fue algo que se pudiera programar…
–Ni muy pensado, como toda la carrera de Rata, ¿no? Las cosas que pasan con Rata son muy reales, muy espontáneas, y tanto lo bueno como lo malo siempre fue así. Nos habíamos quedado sin cantante en el medio del río, en ascenso. Pero el destino hizo su trabajo y alguien me pasó el teléfono de Adrián [Barilari], y ahí empezó otra era, con respecto a lo que veníamos haciendo. Tuve que convencerlo a Adrián de que confiara, de que iba a estar todo bien, porque él ya estaba casado, tenía su primer hijo, tenía una vida normal, un trabajo de hombre normal. Y se llenó de terror, la verdad, estaba muy asustado con encarar esto.
–Pero lo convenciste…
–Lo convencí de que venga a probar, que demos los primeros pasos, y todo empezó a funcionar. Encastró muchísimo en todo el material que yo tenía preparado: “La leyenda del hada y el mago”, “Mujer amante”, algunos más que después fueron parte de ese disco. Y todo empezó a fluir. Grabamos con una muy buena producción, en un estudio donde ya habíamos grabado el primer disco. Yo había grabado cosas con [su primera banda] Punto Rojo. El dueño me apoyaba mucho, siempre le gustó lo que hacía. Y con Rata dijimos: “bueno, vamos acá”. Y este disco lo hicimos ya con una mesa mejor, más pro, con muchas horas de trabajo. Salvando las distancias con el Álbum negro de Metallica, que salió un millón y medio de dólares, este salió muchísimo menos. Tuvimos opciones de remezclas, o de corregir cosas, y eso se notó muchísimo. Y dio el resultado evidente: pasó lo que pasó. Y ahí… el tema del metal o no metal… muchas veces Rata queda en un lugar que no es justo ni para un lado ni para el otro. Porque a veces no se puede decir que es una banda de metal, pero tampoco que no lo es. La gente tiene que entender que es Rata Blanca. No hay que darle tanta vuelta.
–Igual, para vos, que no solo venís del heavy sino que además lo tocabas cuando en la Argentina era el under del under, seguramente habrá sido raro escucharte sonando en radios hiteras al lado de Luis Miguel, ¿o no?
–Superfluas, fáciles. Y está bien: el rock es eso. No podemos intelectualizar una guitarra eléctrica. Hay que dejarla distorsionar, para eso nació. Y después, si Deep Purple hizo un tema sobre un incendio en el casino de Montreux donde tocaba Frank Zappa [se refiere a “Smoke on the Water”], muy mal no le fue. Pero nadie se acuerda de la letra, sino del estribillo y del riff. Uno de los riff más simples de la historia, que marcó la vida del hard rock.
–¿Qué están preparando para el Movistar Arena? En la gira vienen tocando todo el disco menos dos temas: “Haz tu jugada” y “Por qué es tan difícil amar”. ¿Va a seguir por ahí?
–La idea es completarlo. Por un lado está buenísimo todo lo que pasa, pero por otro los tiempos para preparar cosas son inexistentes. Estamos todos los días tocando, sin pruebas de sonido por los tiempos. Llegamos, descansamos un rato, tocamos y volvemos. Recién ahora tenemos un par de días para analizar cosas. No quiero perder la esencia de lo que somos: una banda de rock, con buenas canciones y hits, pero no quiero armar un show multimedia. Las pantallas están bien, pero que no se coman la música. Quiero que sirvan para reflejar lo que pasa arriba del escenario, no para dar un espectáculo aparte. Igual, claro que es importante porque si no, no lo pondríamos. Hoy es necesario. Rata siempre se preocupó por eso, por poner buenos escenarios en todas las etapas. Así que espero que la gente se divierta y quede conforme con lo que tocamos primero y con lo que vean después.
–Rata tiene integrantes recientes, nada menos que la base rítmica, que toca con vos desde el año pasado. ¿Qué sentís que le aportan a la banda Alan Fritzler como baterista y Juan Pablo Massanisso en el bajo?
–Alegría, ganas. Más rock. Son dos chicos que saben mucho de rock. Retrocedieron un poco el reloj biológico del vivo de Rata, ¿no? Hoy me siento más cerca de lo que pasaba cuando estaba Guillermo [Sánchez, primer bajista del grupo, fallecido en 2017], y me pone muy bien. Estoy muy contento porque se recuperó una parte que me gusta mucho. Me gusta que en Rata los músicos estén más cerca con su corazón del rock que de otro tipo de música. Además, hice una sola audición y fue con ellos dos. Llegué a la sala, tocamos, y dije: “Son ustedes dos, ya está”. Son cosas que pasan, ¿viste? A veces parece que está todo escrito.
–Ya que hablamos del rock como género: muchos crecimos con el rock como sinónimo de música joven, y eso cambió en los últimos 20 años. ¿Qué te parece que pasó para que el rock ya no atraiga masivamente a los jóvenes?
–Dicen eso, pero es mentira. Sigue habiendo muchos pibes. En los shows de Rata, el 80 o 90 por ciento es gente joven, desde chicos que vienen con sus padres o hermanos mayores, hasta pibes de 15 o 20 años que vienen solos. Lo que pasa es que el rock quedó más solo que Trapito. Las bandas grandes no necesitan de nadie, los top del mundo ya hicieron su carrera, hicieron todo. Y nosotros tenemos una historia parecida a todo eso, con la diferencia de cantar en castellano, que nos marcó un límite muy obvio, porque la industria del rock más importante se canta en inglés. En castellano funcionan más las bandas pop o los melódicos. Y hay pocas bandas de rock que giren por Latinoamérica. Entonces uno tiene una posición distinta pero es igual en esencia. O sea: Rata toca con su nombre. Hizo su carrera en los 80 y 90, impuso su nombre. Y todo sigue por ese camino, como Maiden, Guns o Metallica.
–Las bandas grandes no necesitan tanta difusión…
–Anuncian sus shows y chau. Y está bien, pueden hacerlo. Pero yo giraría la vista hacia atrás para ver qué pasa con el rock. Quedamos un poco en manos de los que más pueden o más tienen. Un poco me incluyo, pero el poder de estas bandas es inmenso. Estamos hablando de millones y millones de dólares, no es lo mismo. Hace falta incentivar, conectar con bandas nuevas, nadie abre el juego. La otra vez estábamos en Los Ángeles, fuimos a ver un show en el que tocaban Def Leppard, Mötley Crüe, Poison y Joan Jett. Y el público era gente grande en su gran mayoría. Pero no había ninguna banda nueva. ¿Cómo no vas a poner una banda nueva? ¿Por qué no? Y ahí es donde está la falla. Hay mucha gente que toca muy bien, ¿pero qué pasa? Se pierde la esencia de lo que tendría que pasar con una banda de rock. O sea, hay demasiada información, quizá demasiada imagen antes de tener la banda funcionando, o fantasías que todavía no llegaron y perturban la realidad, ¿no?

–Y hay uchos chicos que tocan muy bien…
–Y que están en sus casas, en YouTube. ¿Dónde está el rock? Salí a la calle, tocá en los bares, enfrentate a la vida real y vas a ver la diferencia. Parate de la punta de la cama y tocá parado, vas a ver otro mundo. Tocar parado no es lo mismo que tocar sentado. A veces quieren pasar cosas por arriba. Así aparecen bandas que están bancadas. Igual todo lo que se hace masivo tiene que estar bancado, alguien tiene que sacar el disco. O sea, el que crea que Metallica, Iron Maiden o AC/DC no son productos… son recontra productos. Pasa que son productos que nos gustan. Hay muchos buenos productos fuera del metal también, pero no te gustan o no les das bola. Los Backstreet Boys no cantaban mal. Que uno los escuche o no los escuche es otra cosa. Pero cuando el producto está bien hecho, no está mal. Pero no te podés saltar etapas. Entonces, ese camino que antes era normal hoy en gran medida no está.
–Alguna vez Lemmy de Motörhead contó que le gustaba Evanescence. ¿Sos de investigar en música que surgió después que vos o te quedás con tus clásicos?
–Evanescence no escucho. No me parece mal, pero no es el tipo de música que me gusta. Yo sigo escuchando lo mismo que siempre: Black Sabbath, Deep Purple, Pink Floyd, Zeppelin. Esas son las referencias más importantes de mi vida. Antes habían sido Creedence y los Beatles. Sobre todo Creedence: me di cuenta con los años de cuánto me marcó. Creo que es una de las bandas de rock más grandes de la historia. En mi barrio hablabas mal de Creedence y te asegurabas una pelea, lo vi con mis propios ojos. Yo crecí con eso. Aprendí a tocar la guitarra con folclore. Mi abuelo tocaba violín en una orquesta típica de tango. Escuchaba música clásica: Chaikovski. A mí me gusta más lo barroco: Bach, Vivaldi. En las fiestas se ponía cumbia, pasodoble, tango, Larralde, Zitarrosa. Mi viejo escuchaba Tijuana Brass. El tano de al lado escuchaba a Nicola Di Bari todo el día. A mí me gusta todo. Por eso, que Lemmy haya escuchado a Evanescence no me sorprende en lo más mínimo. Porque el tipo era más abierto de lo que mucha gente cree. A él le gustaba el rock and roll, no era heavy metal. No digo que no le gustara el metal, pero no era eso solo. La gente a veces tiene fantasías: piensan que uno aprendió tocando 15 horas por día, rápido. Y no es así. O sea, yo sí me entrené mucho cuando era más jóven, llegué a tocar neoclásico, pero Rata no es eso. A mí me enfocan como el guitarrista veloz, el de técnica neoclásica: Richie Blackmore, Yngwie Malmsteen. Y el que escucha Rata se da cuenta de que no es eso solo.
–¿Seguís descubriendo la guitarra como instrumento o sentís que ya no tiene más secretos para vos?
–La guitarra no tiene la culpa de nada. Está ahí, esperando que alguien saque de ella lo que quiere decir. La técnica te da posibilidades, pero yo quiero ser mejor músico, nada más. No quiero que pase por lo que uno puede hacer técnicamente porque eso es ejercicio. Esa época ya pasó. Los 80 fueron un enfrentamiento de velocidades, de impresionar, de quién tocaba más rápido. Poses que a veces terminaban ridiculizando un poco el asunto. Yo sigo aprendiendo. El músico que no aprende más terminó su carrera. Porque tu mente se expande más, tus oídos escuchan cosas que antes no escuchaban porque estabas tan acelerado por ir al hueso y te perdías todo lo otro. Y eso es en lo que estoy. Quiero tener más paz cuando toco. Quiero estar más enfocado en lo que hago. Pero nunca voy a estar conforme.