“Ya no sería posible la radioastronomía desde la Tierra”: los enjambres de satélites nos están cegando al cosmos y se acerca un “punto de inflexión” crítico

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Los enjambres de satélites nos están cegando al cosmos, y se acerca un “punto de inflexión” crítico  (Stockcake)

A estas alturas ya deben ser muchas las personas que, al alzar la mirada al cielo nocturno, habrán vislumbrado una larga fila de puntos de luz surcándolo de lado a lado. En un principio, antes de que se convirtiese en conocimiento popular – aunque también después, incluso a día de hoy -, era una imagen terrorífica: si no se sabe que son de creación humana, la primera impresión será que se trata de un enjambre – o peor aún, una megaestructura – de naves del espacio exterior que se disponen a invadir el planeta.

Pero no: son las constelaciones de satélites artificiales, la mayoría de Starlink, en su órbita baja alrededor del planeta. Aunque parezca futurista, ya es una realidad habitual del paisaje nocturno. Cada vez son más, y los expertos advierten ya del impacto inevitable que tendrán en un futuro no muy lejano, sobre todo si el sistema sigue en expansión: las ondas de radio, imperceptibles a simple vista, atraviesan constantemente el firmamento, a todas horas y en todas las direcciones. Entre especialistas, crece la preocupación por un inminente “punto de inflexión”. Superado ese umbral, los grandes radiotelescopios instalados en la superficie terrestre quedarían prácticamente ciegos al cosmos.

A este ritmo, los enjambres de satélites aislarán a la Tierra del resto del universo en apenas treinta años

“Básicamente, ya no sería posible la radioastronomía desde tierra”, resume Benjamin Winkel, radioastrónomo del Instituto Max Planck en Alemania, en un artículo publicado en Live Science. “Llegará un momento en el que no valdrá la pena seguir operando un telescopio de radio”. El ritmo de lanzamientos actuales podría llevar a esta situación dentro de apenas treinta años, según los cálculos de algunos expertos. O menos, si el ritmo aumenta.

La radioastronomía ofrece una ventana única al universo invisible. Permite rastrear desde los chorros de energía de agujeros negros gigantes hasta discretos desplazamientos de asteroides, pasando por ráfagas curiosas y repetidas de radiación emitidas por estrellas extremas, así como señales de las primeras galaxias surgidas después del Big Bang. Proyectos como SETI buscan indicios de civilizaciones lejanas a través de estas frecuencias, convencidos de que otra inteligencia también apostaría por la radio para comunicarse con el exterior.

El espectro de radiofrecuencias abarca desde los 3 kHz hasta los 300 GHz, aunque la mayoría de los radiotelescopios priorizan bandas entre 1 MHz y 100 GHz. Referencias como el radiotelescopio FAST en China o la red SKAO en Australia y Sudáfrica trabajan en bandas muy afinadas. En ese entorno, el despliegue masivo de satélites empieza a ser un verdadero problema.

El mayor obstáculo no deriva de las transmisiones intencionadas de los satélites, sino de lo que se conoce como “radiación electromagnética no intencionada” (UEMR). Esa fuga acompaña a cada nave sin cesar. “Antes, con pocos satélites, esto no era un problema”, explica Federico Di Vruno, radioastrónomo de SKAO y codirector del centro internacional para la protección del cielo tranquilo. “Ahora la situación ha cambiado”.

Investigaciones recientes con la red LOFAR mostraron que los Starlink de primera generación emitían UEMR entre 110 y 188 MHz, ocupando buena parte del rango activo del sistema. “No nos sorprendió detectar algo, pero la magnitud fue mucho mayor de lo esperado”, precisa Winkel. El siguiente capítulo dio un paso más: el estudio publicado en septiembre de 2024 describe cómo los Starlink de segunda generación filtran más de 30 veces la UEMR que emitían sus versiones anteriores, pese a los avisos que SpaceX ya había recibido tras el primer hallazgo. Hay más actores en la carrera: Amazon, Eutelsat, la Unión Europea o China ultiman sus propias constelaciones, aunque el impacto concreto aún no se conoce. “Cada uno tendrá fugas de UEMR, pero queda por ver en qué nivel”, lanza Winkel.

La invasión radioeléctrica supera la protección oficial. Se estima que la UEMR de los Starlink de última generación supera en hasta diez millones de veces la intensidad de los objetos astronómicos más tenues. “La diferencia es similar a la que hay entre la estrella más tenue visible a simple vista y el brillo de la luna llena”, ilustra Cees Bassa, de ASTRON, primer firmante del último gran estudio.

Pero, además, ciertos rangos de frecuencias podrían quedar inutilizados de forma irrecuperable. “Algunos rangos podrían quedar totalmente inutilizados”, advierte Di Vruno. “Si dejan de ser útiles para la ciencia, se estarían cerrando ‘ventanas’ para observar el universo”.

Actualmente orbitan la Tierra más de 11.700 satélites activos – más de 7.300 corresponden a Starlink, todos lanzados tras 2019 – y hay visiones de superar el millón en próximas décadas. Si la cifra se aproxima a los 100.000 aparatos antes de 2050, el umbral crítico quedaría al alcance y la radioastronomía terrestre pasaría a la historia.

Algunas operadoras ya plantean fórmulas de mitigación, como separar frecuencias o suspender emisiones sobre zonas de observación. El desafío central pasa por rebajar la UEMR antes del lanzamiento. Los expertos reclaman reglas mucho más ambiciosas y una regulación internacional adaptada a la nueva carrera espacial. “Claro que estaríamos más tranquilos si hubiera una regulación adecuada”, reconoce Winkel. El tiempo corre y los enjambres de satélites crecen, aislando, poco a poco, al planeta Tierra del resto del universo.

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