Zamba Quipildor: su niñez en la zafra, la Misa Criolla con la que recorrió el mundo y su despedida de los escenarios

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Fue anotado con el nombre de un arzobispo romano que vivió en el siglo cuatro, Gregorio Nacianceno. Aunque, en realidad, semejantes nombres son herencia de uno de sus abuelos. Ya siendo changuito comenzó a hacerse notar como cantor, en las peñas de muchos pueblos del noroeste argentino. Y desde entonces todos lo conocen como Zamba Quipildor.

Zamba es, como la zamba misma, de todo el noroeste argentino. Lo “fabricaron” en Catamarca, nació en Jujuy, en una localidad pequeña del sur de la provincia donde había un ingenio azucarero, y con apenas un año, con su familia nómada, se trasladó a una localidad salteña.

Es el mayor de 11 hermanos, comenzó a trabajar desde chico, al lado de su padre; se hizo famoso como cantor (la mayoría lo conoce como “la voz” de La Misa Criolla) y ahora, a los 81, dice que quiere emprender la retirada de los escenarios, de los grandes y de los chicos. El próximo 15 de mayo se presentará en el Torcuato Tasso, del barrio de San Telmo. Y hacia fin de año dará un concierto en el Auditorio Nacional.

Además de su actividad musical, ocupa el cargo de Secretario General de la Asociación Argentina de Intérpretes (AADI). Y es, justamente, desde la oficina que allí tiene donde sonríe al pensar en ese derrotero familiar. “Yo un día le pregunté a mi viejita y me dijo que ellos fueron de Catamarca a Jujuy cuando ella estaba de siete meses. De muy niño me decían Gregorio, pero cuando ya vivía en Buenos Aires e iba a visitarlos, también me decían Zamba”.

Los padres de Quipildor se dedicaban al trabajo golondrina de la cosecha. “La mayor parte de los que habían llegado a Jujuy eran de Santa María o de Belén de Catamarca. Llegaron en cuatro o cinco camiones y se instalaron para trabajar para el Ingenio la Esperanza [en Jujuy]. Para pelar caña. Mis padres se cansaron en Santa María, yo nací en Esperanza y, terminada la zafra nos fuimos con unas quince familias a Coronel Moldes. Julio Márbiz decía de mí: ‘Nacido en Jujuy, malcriado en Salta y haciendo daño en Buenos Aires”, recuerda Quipildor, y se ríe.

Zamba Quipildor, en su oficina de AADI

Luego vuelve a ponerse serio y habla del trabajo rural que hacía a la par de su padre, cuando era niño: “Había que trabajar. A los 5 años iba a ‘desyerbar’ los almácigos para luego plantar el tabaco en el potrero. Hacían fríos terroríficos en esos tiempos. Luego seguí con él, trabajando con el tabaco, el ají, el pimentón, el orégano”.

Ya para los 7 tenía sueños de cantar. En Coronel Moldes era el cantor de las tres escuelas del pueblo. “Ahí se va perfilando lo que uno quiere y fue mi viejo el que captó eso. El era un gran cantor de bagualas. Me compró una guitarra a los 9. ¿Cómo lo hizo? Arrendó dos hectáreas de tabaco y con esa ganancia me las compró. En ese tiempo mi mamá tenía una voz pequeñita pero muy dulce, y cantaba zambas mientras hacía empanadas. Y mi viejo, cuando llegaba el sábado, ensillaba su caballo color ladrillo y se iba desde la finca al pueblo, que estaba a unos siete kilómetros. Se iba a jugar al sapo, al truco y a tomarse un vinito con los amigos. A las cinco de la mañana se venía de vuelta, carril abajo, cantando vidalas y bagualas. Tengo el recuerdo patente: escucharlo con mi madre y mis hermanos. Tenía un gran vozarrón que se escuchaba en el silencio de la noche”.

Durante la adolescencia, Quipildor creó su primer grupo, Los Viñateros; un clásico conjunto de guitarras y bombos. Pero no tardaría en sobresalir como solista. Ya veinteañero, sus actuaciones en los festivales de Monteros y de Cosquín expandieron su carrera.

“En el setenta fui por primera vez a cantar a la Unión Soviética y regresé con un contrato para el año siguiente. En el 71 hice una tourné de dos meses. Cuando volví a Salta mi madre me dijo: ‘Vos ya no nos pertenecés, le pertenecés a tu público’”. Esos fueron los comienzos de los viajes al exterior.

Si su paso por el festival de Cosquín allanó su camino dentro del territorio argentino, su versión de la Misa Criolla, luego de la grabación original que Ariel Ramírez hizo con Los Fronterizos, le abrió las puertas de muchos países del exterior.

-¿Es cierto que le daba vergüenza ganar en un día lo que su padre ganaba en un mes?

-Sí, así fue. En una hora lo que papá ganaba en un mes. Ya desde el principio, cuando cantaba en Salta. Pero también he ayudado a mis hermanitos y a mis padres. Yo me hice en las peñas y en los festivales del noroeste argentino. Luego tomé la decisión de venir a Buenos Aires a enfrentar al monstruo. En ese momento yo tenía una carnicería. Junté dinero durante un año y el 16 de junio de 1969 me vine para Buenos Aires. En ese momento estaban [Eduardo] Falú, Los Chalchaleros, Los Fronterizos, Los Cantores del Alba, Los Nocheros de Anta, Los Trovadores, Ariel Ramírez y muchos más. Yo fui rescatando la sabiduría del poeta y del músico de cada provincia.

Zamba Quipildor:

-¿Sigue pensando que su canto es más para conmover que para cuestionar?

-Nunca me involucré en lo político. Cada uno tiene su pensamiento. Cada intérprete elige el tipo de carrera y su dimensión. Yo elegí que me entendiera la gente. Yo me dirigí a la gente del campo, de las provincias. Me dirigí a ellos con el mayor respeto cantando la verdadera poesía. La cultura es muy importante para un país.

-Pero desde este escritorio sí tiene un compromiso que tiene un componente político cuando defiende los derechos de los intérpretes.

-Sigo luchando por ellos, por los artistas.

-¿Qué piensa de los últimos decretos del actual gobierno?

-Hay temas que están judicializados, por eso no quiero cometer el error de decir algo que no corresponda. Sí voy a decir que los artistas nunca le han hecho paro a ningún gobierno, pero no hay que bajar los brazos hasta que algunas cosas se reviertan. Estaría bien que el Presidente de la Nación nos de una mano grande. Esta institución paga derechos de intérprete a 47.000 socios que tienen familias. La cultura debe seguir vigente. He viajado con Ariel Ramírez y Jaime Torres al exterior durante 28 años. Eso me dejó muchas enseñanzas. Uno aprende de los teatros y del público.

–¿Ser la voz de La Misa Criolla no lo encasilló?

-Sí. En el 74, Ariel Ramírez me convocó para la Misa. Yo venía de cantar en Europa. Había cantado con Alberto Cortez en el teatro Lope de Vega de Sevilla, a los dos días tenía que estar en el Caupolicán de Chile y luego en el Festival de Cosquín. Una vez allí veo a un hombre muy grande que me dice que iba a escuchar mi concierto. Cuando terminó todo me preguntó si conocía la Misa Criolla y si la quería cantar. Desde entonces se dieron cosas muy bonitas. En su casa, un día me dice: ‘Me acaba de solucionar algo, me ahorra cuatro cachet, cuatro habitaciones de hotel y las comidas. ¿Por qué lo decía? Por Los Fronterizos [Quipildor lo toma como una humorada y se ríe]. En cuanto a tu pregunta, sí, tuve muchos compromisos en el exterior y me he perdido muchas cosas en la Argentina. Quizás iba a cantar a algunos festivales, pero sentí que en algunos me estaban olvidando. No la gente, los organizadores. La gente no se olvida.

– ¿Dejar los escenarios tiene que ver con algún problema de salud particular o con hacerlo cuando todavía la voz está entera?

-Dejar el escenario con la voz intacta. No quiero dar lástima cantando. Ahora las cuerdas vocales están intactas. Pero eso es un trabajo de años de cuidarme mucho. No ser nochero, no fumar, no tomar vinito.

-¿Necesitó ayuda para su garganta?

-En el 72 me recomendaron a un profesor austríaco. Apenas nos saludamos, me dijo: “cante”. Canté “El antigal”, “El seclanteño” y “La arenosa”. Solo me dijo que me cuide y que haga ejercicios de respiración y vocalización. Nada más.

-¿Cómo será la retirada?

-No hay fecha límite, pero no será como la de Los Chalchaleros. Pienso en no más de tres años, los que comencé a contar en diciembre del año pasado.

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